
“Somos lo que comemos”, esto está claro, pero a mi me gustaría hablaros de algo que va un poco más allá: somos lo que comemos y comemos por lo que sentimos. ¿Raro? Para nada, veréis, me explicaré:
Desde hace miles y miles de años el hombre ya no sólo come para sobrevivir, sino que come por y para muchas otras cosas: come para alimentar su mente y sus emociones.
Los humanos comemos y bebemos para mantener relaciones familiares, cerrar un trato, celebrar una victoria, conocer a personas nuevas o seguir en el “candelero” social, entre otras muchas. ¿Curioso verdad? Pues sí, y en el fondo aunque a una pequeña parte de mí ser le duela (como nutricionista sé que lo que comen mis pacientes en esos momentos no suele ser demasiado healthy que digamos…) tampoco es malísimo, ya que somos seres sociales y como tal, nos encanta (eh, a mi la primera 😉 ) reunirnos y relacionarnos con los nuestros alrededor de un buen plato y un buen vino.
Eso es bueno sí, relacionarse y sentirse a gusto con los demás es fenomenal y muy sano, ya que nos ayuda a oxigenar nuestro cerebro del estrés diario, nuestras obligaciones o problemas. El problema amigos, aparece cuando comemos para llenar vacíos emocionales, alimentar huellas del pasado, calmar nuestro malestar, o sea, cuando relacionamos la comida con nuestro estado emocional y la usamos para canalizar aquellas emociones o sentimientos que nos hacen sentir mal, nos agobian, nos disgustan… y lo hacemos por sistema, adoptando esta acción como un hábito.
Aquí es cuando mi parte de psicóloga se pone seria y os dice: ¡Cuidadín! Deberíamos ponernos manos a la obra para ver que pasa, ya que aquí es donde puede surgir el famoso enganche emocional a la comida.
Y diréis, “¿Es malo comer un trozo de chocolate par animar un día nefasto?” No, por supuesto que no lo es, siempre y cuando ese trozo de chocolate no se convierta en la única forma que tenga uno para animarse en sus días malos o bien en encontrar consuelo, y por ello sepa y quiera prescindir voluntariamente. El enganche emocional, pues aparece de forma más marcada y persistente que un simple antojo o un deseo puntual, y suele aparecer ante un pico de estrés, ansiedad o malestar, manteniéndose de forma más firme, llegando a producirse una dependencia muy fuerte entre el bienestar de la persona y el consumo de éste.
Este enganche se convierte en una arma de doble filo: a nivel nutricional nos dificulta mantener un equilibrio en nuestra alimentación, ya que normalmente los alimentos relacionados con estos enganches suelen ser muy ricos en azúcares y grasas; y por el otro lado a nivel emocional se convierten en un simple parche, calmando momentáneamente nuestro dolor o malestar e impidiendo saber qué nos está ocurriendo y llegar a la raíz del verdadero problema. Esto se transforma en un ciclo donde al final uno come por dolor y el dolor se nutre de esa acción, anclándose en el mismo ser, perpetuando ese mecanismo recompensa que para nada es beneficioso para la persona.
Actualmente se usan varias técnicas para luchar con estos enganches como el mindfullness aplicado a la alimentación (conocido como mindfulleating), técnicas de relajación especializadas para reducir la ansiedad y el estrés, programas de actividad física, y muchísimas más, esto es como todo, cada persona es un mundo y para gustos los colores. Lo más importante aquí es que uno se ponga en manos de un profesional especializado en estos temas (la conjunción de psicólogo y nutricionista suele resultar más que brillante) que le ayude y le oriente sobre la forma más adecuada para trabajar dicha situación, ¡sin miedos ni complejos! Os digo que sí se pueden superar estos enganches emocionales a la comida, sólo hay que ponerse manos a la obra y creer en uno mismo.
Me despido por hoy con una frase muy inspiradora: la comida no es la que nos engancha sino que es la relación que nosotros mismo establecemos entre nuestras emociones y la comida la que nos crea dicha adicción.
Psicóloga y dietista-nutricionista
Muy interesante.
Lo que describes es muy similar a lo que ocurre con la osteopatía sistémica, en este caso se establece una relación entre dolores físicos y problemas «existenciales» que normalmente vivimos de forma inconsciente. El hecho de reconocer un problema y ser consciente de él, es casi solucionarlo, en vez de comerse otra porción de chocolate y a correr. 😉
Gracias
Eso es Carlos, el secreto está muchas veces en darse cuenta de qué nos está pasando en realidad, abrir los ojos y el corazón y sincerarse con uno mismo para hacer frente a nuestras preocupaciones y temores. No es una tarea fácil, claro está, pero como decía en el post ¡SE PUEDE! Sólo hay que ser valiente y creer en uno mismo. ¡Saludos!